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JUAN FORN ME DEJÓ CAMINAR A SU LADO

20 junio, 2024

-Por Charly Longarini

Hacia Viernes Salvajes

A Juan Forn lo descubrí en los tempranos noventa porque en una entrevista lo nombró Rodrigo Fresan. Leí con mucha curiosidad los cuentos de Nadar de noche y mucho no me gustaron, debo decir. No sé exactamente qué esperaba. Para mí los cuentos eran como los de Cortázar, y los de Forn no se parecían en nada.

Con el tiempo me hice fan de la Biblioteca del sur, de Editorial Planeta. Por allí deambulaban las voces más destacadas y novedosas de la narrativa argentina de la década. Cuando supe que estaba a cargo de Forn, hubo un deslumbramiento, algo me indicaba que, si alguien podía dirigir una colección como ésa, entonces no se trataba de tan sólo un niño mimado de la literatura.

Frivolidad, su novela sobre los noventa en Argentina, coincidió con mis primeros intentos de escribir seriamente un cuento. Y como cada aprendiz que se precie de tal, me busqué un maestro. Entonces volví a leer Nadar de Noche y se detonó la bomba que debía haber explotado hacía unos años. Ahí entendí que en los cuentos no hay que contar todo, que es mejor si uno deja un espacio para que el lector reconstruya y así se genera el efecto deseado.

Enseguida creó el suplemento Radar Libros, que yo le encargaba a mi viejo me trajera desde su trabajo. Las notas, entrevistas, reseñas de libros y dossiers de autores y autoras expandieron el territorio de mi lectura. Llegué a muchos nombres propios a los que, tal vez y con algo de suerte, hubiera llegado décadas después. Así de importante y poderoso fue abrir un suplemento cultural hecho con mucho empuje y menos dinero en medio de una realidad socioeconómica deteriorada.

Juan Forn, el creador del suplemento cultural Radar de Página 12.

El año que fundamos el diario zonal con mi familia, coincidió con la aparición de sus contratapas de los viernes en Página/12. Cada vez que me sentaba frente a la computadora a escribir algo para el diario, él fue mi modelo a seguir. Periodismo y literatura se me cruzaron para siempre como una efervescente posibilidad. Juan Forn condensaba en esos textos todo lo hecho en su vida hasta ese momento que no era otra cosa más que leer, narrar, editar, traducir y esconderse.

Juan Forn, después de los cuarenta fue padre y se fue de Buenos Aires a vivir a la Costa Atlántica.

Por todo esto fue que lloré cuando me enteré de su muerte. Aún me cuesta superarla, porque el tipo me dejó caminar a su lado a pesar de las distancias posibles que nos separaron. De todas las cosas que le debo, creo que la más importante, es que con “Nadar de noche”, su cuento consagratorio que cuenta el duelo de un hijo por la muerte de su padre, me regaló una imagen poética sobre la pérdida y la ausencia. Por eso esta noche, cuando nos gane el insomnio a aquellos que quedamos un poco huérfanos hace tres años, nos serviremos un whisky y nos sentaremos cerca de una ventana esperando escuchar en la puerta “no el timbre sino dos golpecitos suaves, corteses, casi conscientes de la hora…”.


Charly Longarini

Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.